Por Laura Michelin Salomon Geymonat
Cada
vez que viajo en colectivo juego con el cielo. Lo busco pero casi que
no lo veo. Por las principales avenidas porteñas es difícil
encontrar un poco de cielo, casi un privilegio. Sólo aquellos que
están en los pisos más altos son los correspondidos de tanto cielo.
Así, convierto esta realidad en un juego. Busco el cielo pero casi
que no lo veo: las grandes masas de bloque que forman los edificios,
entorpecen mi mirada con la vista ya clásica y urbana de Buenos
Aires.
Entonces,
mientras viajo me pierdo buscando el cielo. Y buscando uno encuentra.
Tengo una rutina inconsciente: primero busco una franja de cielo, la
miro por varios segundos, me gusta perderme en ese celeste intenso, o
dejarme llevar por el movimiento de las nubes o intrigarme en los
grises de los días nublados.
Luego,
sin quererlo, la vista en el cielo me desliza hasta la línea en la
que éste se divide con los edificios, luego voy bajando la vista a
través de los distintos pisos, y así fugazmente me pierdo en las
ventanas: algunas cerradas, otras abiertas, algunas con las luces
encendidas, otras a oscuras, las más libertarias dejan que las
cortinas salgan a disfrutar un poco del viento.
Y a
medida que el colectivo avanza, voy comparando las alturas de cada
edificio, sus texturas, sus años. Algunos intervenidos por
publicidades o por carteles de alquiler o venta. Sus colores suelen
ser oscuros, variantes entre los grises y marrones. Los más nuevos
suelen estar cubiertos por grandes ventanales generando una
proximidad con el exterior que, a observadores como yo, no nos
agrada.
Porque
es mi selección de vistas, por lo tanto sólo cuentan aquellos
edificios cuyos departamentos sean lugares hogareños; no valen
lugares de trabajo o placer. Sólo espacios propios, cotidianos e
íntimos, porque imagino además quiénes viven, cuántos son, cómo
se dividen los espacios, qué se encuentran haciendo o porqué no hay
nadie en ese momento.
Disfruto
cuando de repente me sorprende un embotellamiento, así puedo jugar a
imaginarme más cosas sobre el edificio o casa con la que me
encuentre enfrente detenida. Son lapsos de mayor tiempo que me
permiten una reflexión más profunda: siempre calculo –sin
certificación- la cantidad total de habitantes en un edificio de 6,
10 o 15 pisos. Y pienso “en ese edificio vive un pueblo entero”.
Luego me refuto: “pero todos encima de todos”, entonces se me va
la idea original de pueblo: “Pueblo es otra cosa, esto es sólo un
aglomerado de personas”, concluyo.


que sensibilidad para escribir ¡hermoso!
ResponderBorrarGracias Aymy por tus lindas palabras!
BorrarMe emocionó che. Tenemos las mismas costumbres en ciudades distintas. Cuando veo una ventana con luz, y si las cortinas están descorridas, me gusta ver que ahí dentro hay algo de hogar. Es como sentirme en mi casa, otra, desde la ventanilla de un ómnibus. Un abrazo grande.
ResponderBorrarGracias, Javi! Qué bueno que compartamos esta costumbre =) es tal cual como vos decís! Abrazo!!
BorrarLaura es muy hermoso como escribis buscando el cielo ,no te detengas segui buscando que con tu capacidad de observacion podes ayudarnos a los que no vemos ,habia una poesia de bequer setenta balcones hay en esta casa setenta balcones y ninguna flor ,a sus habitantes señor que les pasa ,gracias re lindo analia
ResponderBorrarGracias Analia por tus palabras! Voy a buscar esa poesía.. un beso!
Borrar