Por Laura Michelin Salomon Geymonat
Hoy les voy a compartir un texto escrito por el querido Adolfo Castelo, un periodista que revolucionó -junto con otros, como el enorme Jorge Ginzburg- justamente las formas y los modos de hacer periodismo.
Programas televisivos como "Semanario insólito", "La noticia rebelde", "Medios locos" y "Día D" lo han tenido como uno de los conductores principales, y en la radio con "Claves para bajarse de la cama" y "Demasiado tarde para lágrimas" (como la antesala junto a Alejandro Dolina de lo que luego sería "La venganza será terrible") Y finalmente el ciclo "Mirá lo que te digo" por Radio Del Plata (luego por Radio Mitre) a partir del año 2001.
Aquí es donde yo, Laura, lo conozco. En ese momento tenía 11 años y nos pasábamos largas horas con mi viejo escuchándolo, riendo gracias a su inconfundible humor e ironía. Me marcó a fuego su incondicionable labor en búsqueda de la verdad, siempre tras la verdad. Y lo mejor aun es el camino o la forma que eligió: el humor.
Y me marcó también -porque luego decidí estudiar comunicación- y nunca más me separé de una radio. Castelo reunió para mi la combinación perfecta -que luego, por años- buscaría incansablemente en el dial.
Luego en el año 2004, tras luchar contra un maldito cáncer de pulmón, Adolfo nos dejó. Y nos sentimos muy solos. Ya mis tardes no volvieron a ser iguales. Recuerdo la transmisión de Radio Mitre. Magdalena Ruiz Guiñazú tratando de ponerle palabras al dolor. Joaquín Sabina puteando a la muerte, a la nada. Mucho dolor.
Pero para ese espacio vacío, nos quedaron los audios radiales, algunas cintas de VHS y las increíbles editoriales de TXT, su proyecto editorial que dio espacio también a la destacada Revista Barcelona.
Por eso hoy, les comparto "Los Solitarios" de Adolfo Castelo. Me gusta mucho porque habla de las soledades nocturnas, de aquellos que disfrutamos vivir durante las horas en las que otros descansan, y creo que sin dudas, tiene mucha relación con la radio, esa fiel compañera que nos espera día y noche, y nos regala un Castelo, un Victor Hugo, un Aliverti, una Daunes....
LOS SOLITARIOS
Por Adolfo Castelo
Siempre me gustó ser un solitario.
Deambular por los bares sin respuestas, sonreir a tipos que pasan con la amabilidad de los desconocidos. Conversar con amigos de la barra que nunca voy a volver a ver.
Quejarme de la lluvia. Refunfuñar a solas. Mirar sin ver.
Siempre me gustó ser un solitario.
Inventar romances que no sucederían, a la luz de unas velas que nunca iban a arder.
Siempre me gustó el olor del asfalto, los sabores de la madrugada, ese silencio denso y suave, sí, y no me contradigo, tan denso como suave, de tanto ser testigo de la vida de los otros. Ese silencio violado por los mañaneros, los tipos que invaden cuando viene el día, dispuestos a empezar cuando para mí se termina.
Quiero decir, hombres de traje, que interrumpen el alba con el rictus seco, los labios agrietados, la mente arrebatada, la mirada en blanco. Paradigmas de una normalidad que no conozco, o que, si conocí, me esforcé en olvidar a fuerza de acariciar la noche y la utopía.
Siempre me gustó ser un solitario.
Y, entonces, escuchar cada vez que volvía los golpecitos de los tacos altos de las mujeres solas de alguna noche parca o desdichada. Víctimas de su propio maquillaje. Como yo.
Porque la noche es preciosa y es ficticia.
Porque la noche es traicionera y atractiva.
Porque la noche alimenta los sueños imposibles.
Porque cuando sobre nosotros se cae la madrugada y el alcohol se divierte con la sangre, el mudo es un cantante, el manco un carpintero, y yo, que no soy ni mejor ni peor que ellos, me convierto en aquello que quise ser pero no he sido.
Porque en la noche se esquivan los espejos y los reflejos mienten.
Porque en la noche la piedad se regala y hay consuelo.
Y todos los que han muerto están vivos.
Tiene ese qué se yo… la noche, digo.
Es que siempre me gustó ser un solitario,
porque los solitarios somos muchos, y nos juntamos en dulce compañía.
Porque los solitarios, acostumbrados como estamos al oficio, no necesitamos mirarnos para vernos. Y jamás exigimos una explicación, porque sabemos que la razón, de noche, es astuta.
Y no nos empeñamos en develar el disfraz que tiene el otro, ni por entender qué nos dice el tipo cuando dice, porque es obligación de la madrugada no andar molestando con fastidiosas segundas intenciones.
La noche tiene reglas sabias, como las tiene la mafia y la familia.
Porque los solitarios somos fabuladores y guardamos muy bien nuestros secretos.
Mientras la madrugada abraza y alimenta, ahogados en penas o entre risas, siempre, una mujer nos ama, un gato nos espera, un hijo nos reclama, un amigo nos busca, una madre nos cuida.
Siempre hay algo… siempre hay algo más allá de la noche que nos nombra, que cobra algún sentido con el día. Hermoso, delator y necesario.
Por eso me gusta ser un solitario,
porque eso de ser un solitario
es mentira.
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- Recomiendo la lectura del libro "Castelo. Diario de un ironista" escrito por sus hijas Carla y Daniela Castelo